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jueves, 19 de abril de 2012

Hechos reales: en el autobús


Ocurre, en ocasiones, que por las circunstancias tenemos que cambiar nuestros hábitos y empezar a hacer cosas a las que, no solo no estamos acostumbrados, sino que no sabemos cómo encarar.

Por motivos personales, por problemas de aparcamiento o por festividades en las que uno no puede aventurarse a llevar el coche, se ve obligado a utilizar un medio de transporte tan rudimentario, popular en el mal sentido, irregular e incompresible como el autobús. Nótese la ironía en mis palabras, porque precisamente yo soy de esas personas que utilizan este servicio.

En mi ignorancia, pensé que todo el mundo (al menos la gente normal y corriente) estaba acostumbrada a este medio, que algunas veces (aunque fuera cuando no tenían coche) lo habían utilizado y que no habrían olvidado algo básico de la cultura urbana. Vamos, esto es como el que recoge setas y no sabe cuál es la venenosa.

He oído decir que solo en algunas ciudades se hace cola para esperar el autobús. En la mayoría cada cual va a su aire y sabe, tiene más o menos controlado, quien ha llegado antes y después y, cosa a veces extraordinaria, respeta el turno y no intenta colarse. He imaginado que todo el mundo lee los letreros de esas pegatinas que abundan en los autobuses y que, precisamente, se ponen para dar instrucciones o prevenir de peligros. He supuesto que todos los eventuales pasajeros saben mantener unas mínimas normas de respeto y cortesía.  He de admitir que estaba equivocada. 

Lo siento, pero mi ciudad debe ser de esas pocas en las que se guarda cola. Uno llega y se coloca detrás del último. Sí, perfecto, en eso no hubo problema. En las últimas festividades donde todo el mundo se lanzó, al parecer temerariamente, a utilizar el transporte urbano, sabía lo de la cola, pero desconocía los números que aparecían en la parada del autobús. Veamos, si en la parada hay dos líneas diferentes, gente ya montada en el bus y gente haciendo una nueva cola significa que esa cola no es para el autobús que está en su primera parada esperando que llegue la hora de marcharse, porque, señores, los autobuses (aunque no lo parezca en la mayoría de los casos) tienen un horario que cumplir. Si uno va a montarse en el autobús que está allí parado, tiene que subirse, o si tiene dudas, puede preguntar a los primeros de la cola si están esperando por esa línea o por otra. No debe quedarse allí, viendo que ninguna de las personas de la nueva cola se sube, viendo como el conductor arranca y se marcha. Si no te has subido es problema tuyo, no de los de la cola ni del chófer.

Si el letrero digital que marca las paradas con sus dinámicas letras rojas dice que la parada final de la línea se ha cambiado a determinada calle por motivos de reorganización del tráfico, se lee el letrero y se baja uno en esa parada cuando ve a todos los pasajeros bajarse o, en su defecto, se le pregunta al conductor, incluso vale el decir: “¡Jefe! ¿Esta es la última parada?”. No se queda uno sentado en su asiento, con el autobús vacío, con cara de tonto, esperando que te lleven a una calle que está cerrada porque tal procesión está pasando por ella, como has comprobado en la televisión antes de salir de casa.

Si el autobús está lleno y nadie tiene la deferencia de cederte el sitio para que puedas sentarte junto a tu hijita, se queda uno de pie, o si es mucha la molestia, se puede tomar el atrevimiento de pedirle a alguna persona, con toda la amabilidad posible, que te permita sentarte. Pero lo que no se puede hacer es sentar a tu hija junto a la cabeza del viajero, en el pequeño espacio existente entre la pared y la ventanilla. Si la misma niña te dice: “¡Quiero bajar de aquí! ¡Esto es peligroso!”, bájala.

Si junto a las puertas de salida hay un cartel en rojo que dice “Cuidado, barra en movimiento”, no te apoyes en ella y por supuesto no te pongas en el espacio entre la barra y la puerta, pues es signo de que las puertas se abren hacia dentro y te quedarás atrapado en ese pequeño espacio, aprisionado contra el cristal y en muy mala situación, dando un susto al  conductor y a todos los pasajeros. Varias veces comprobé la ineficacia de las letras rojas sobre fondo blanco en la misma barra en movimiento, todos los adolescentes iban, como polillas atraídas por la lámpara, al mismo sitio. Eso sí, el reggeatón que no falte a todo volumen en tu móvil último modelo…

Lee también Hechos reales: en el autobús (segunda parte) y en el autobús (tercera parte)


1 comentarios:

Ángeles dijo...

El comportamiento humano es curioso, ¿eh? Parece que a veces hacemos lo más difícil, lo menos lógico, lo más tonto.
Estas experiencias autobuseras podrían servirle a un antropológo para hacer un estudio interesante, ¿no te parece?

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